En el siglo XXI atestado de tecnología digital y de
redes sociales que nos hacen vivir casi en una realidad virtual parece un poco curioso
hablar de realidad y de nuestra existencia, es como si miráramos viejas fotos,
color sepia, de las que hacían nuestros abuelos y que nos dejan una pequeña
sonrisa en los labios. Pero aún así es interesante volver a plantearnos la clásica
pregunta filosófica sobre si existimos o no, y de si el mundo e incluso el
universo, están ahí por algo y para algo.
Evidentemente
ya que puedo pensar, al almacenar en mi cerebro todo lo que mis sentidos registran, y con ello puedo
filosofar sobre mi existencia y la de los demás, la conclusión es que existo. Para
cada persona la realidad es uno mismo, esa es su realidad propia. Y después hay una realidad externa, el mundo y la realidad de otras personas. La
interacción de mi propia existencia con ese mundo externo constituye mi
vida y por lo tanto mi realidad. Los demás no pueden ser exactamente como yo
ni su relación con el mundo será la misma por lo que tendrán otra realidad. Así
cada individuo tendrá una realidad que lo hará único. Quizás esto es lo que nos
aleja de la realidad virtual, creada por un individuo para que el resto de
ellos la vivan por igual.
Y
mientras vivimos, nuestra realidad puede ser fascinante, solamente gris, o
negra y macabra como una gran pesadilla. La realidad suele ser cruda por eso
nos hemos convertido en creadores de realidades alternativas mediante ficciones
a través de los libros, el teatro, el cine, los ordenadores, etc., que nos
permite ser parte de otra realidad pero sin pertenecer a ella.
Vivamos con la esperanza de no ser el sueño
de otra persona y que nuestra realidad no se diluya con el amanecer.